
Mañana tras mañanas aquel hombre...
con manos vacías, con anhelos frustrados recorre un cuarto, dos cuartos o tres cuartos de calle para llegar sonriente hacia el altar.
Camina lento, suave, esperando con finura el poder tocar el cielo.
Toma la bolsa.. lentamente abriendo la solitaria y única moneda que lo acompaña en su despertar. Inclinando los ojos, con su fe al filo de la navaja y sus ilusiones a punto de partir hacia un lugar en no sé donde.
Mas allá de lo que vemos, confundido por la depresión y la agonía. Ahogado en el vicio maldito. Manchado y cubierto por el aroma a pecado.
Y tomó, lo mejor que pudo, sus bolsas. Pierna más otra pierna, inclina la cabeza... y reza, reza mientras los angeles lo ven en la distancia. Mientras el callado mar de lamentos se aleja entre palabras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario